Thor: Love and Thunder es tal vez menos de lo que asume ser, pero también más de lo que se oculta debajo de una superficie polvosa y ya caduca de la fórmula del MCU, los músculos de Chris Hemsworth y de la ironía de pastelazo de Taika Waititi, e incluso de estas reseñas petulantes y a veces hasta repetitivas.
Hubo un tiempo en que las películas de Marvel eran realmente una especie diferente de cine. Comenzaron como una apuesta de la editorial por sumarse a la industria cinematográfica en tiempos inestables para el cómic, echando mano de héroes que no solo representaran a sus páginas a lo largo de los años, sino que fueran una buena excusa para el espectador promedio para disfrutar de historias de despreocupadas y que no requirieran años de dedicación lectora.
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Sin embargo, con la conformación del MCU (Universo Cinematográfico de Marvel), la cosa se torció bastante y cada una de las entregas se volvió obligada. Las interconexiones entre cada una, así como los demás productos, tuvieron que hacerse cada vez más lógicas y la base de fans parecía que estaba siguiendo un lore que estaba escrito en piedra. Una biblia cinematográfica que obviaba todo el trabajo de décadas de historias en cómics.
Así comienza Thor: Love and Thunder, como un recordatorio de todo eso que se perdió, de la formas en que el MCU se transformó en una sombra de sí mismo y utilizó cada una de las oportunidades para convertirse en esclava de sus fans. Desde las implicaciones de los personajes, hasta el soundtrack y los diálogos.
Para muchos de los fans, Thor: Ragnarok fue el declive del MCU, porque no hizo otra cosa que poner en evidencia la fórmula Marvel en su punto más alto, primero como advertencia, después como realidad y finalmente como parodia. Esa es y ha sido siempre la virtud de Taika Waititi como director y escritor: saber burlarse de su contexto y, aún así, presentar cierto nivel de fondo en sus obras (sea de manera torpe o no).
Sin embargo, así como comienza su burla incesante, también se enreda en ella misma. Esa es y ha sido siempre la gran tragedia de Taika Waititi como director y escritor. Sus incesantes burlas y galas de rebeldía no son otra cosa que un móvil para llegar a una conclusión moralina, en la que no deja de demostrar que es parte de esa gran maquinaria Hollywoodense, repleta de sueños rotos y depredadores sexuales.
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Así, el gran planteamiento que se cuece entre la crítica al estilo cinematográfico de superhéroes, lleno de McGuffins y diálogos sosos a los que solo les hacen falta unas cuantas risas enlatadas para ser una serie noventera con el mismo nivel de comedia que una rama de epazote, se diluye entre errores puntuales que funcionan como una parodia, pero que rápidamente se destapan como algo hecho con la seriedad y la convicción de que son la crítica; que son el fin y no el medio.
Thor: Love and Thunder, unas cuantas risas y mucho cringe
Thor: Love and Thunder comienza presentándonos a Gorr, el dios carnicero. Una entidad que en los cómics es conocido únicamente por su eterna cruzada para acabar con todas las deidades de todos los universos. Aquí, interpretado magníficamente por Christian Bale, se le da un origen sencillo pero que es poderoso: la venganza humana por el abandono de los dioses.
En un mundo donde los dioses existen de manera tangible, es legítimo creer que estos han abandonado a todos sus seguidores. Zeus, Poseidón, Ares, Quetzalcóatl, Bixia, Tangaloa… todos ellos, existentes y omnipotentes, han dejado a la humanidad a su suerte. Este dilema humano tiene aún más sentido cuando lo trasladamos al nuevo Asgard, un país inventado de la nada con un poder militar *cof cof Israel cof cof* indiferenciable de las grandes potencias mundiales, dispuesto al capricho de SHIELD y las organizaciones militares estadounidenses. ¿Chistoso, no? Pero no chistoso de risa, sino chistoso de raro.
Aquí, esta combinación llega a ser importante gracias a Thor, el hilo conductor que irá uniendo ambas visiones. Aquella de los humanos agradecidos salvados por la grandilocuencia endiosada de los superhéroes (además de que Thor es, de hecho, un dios), contra el resentimiento irracional y violento de los que fueron abandonados por sus dioses, esos todopoderosos malvados que olvidaron el compromiso que tenían con sus fieles seguidores.
Una vez más, Taika Waititi no sabe ocultar sus verdaderas intenciones, a pesar de que lo que plantea parece entonar una crítica, finalmente no sabe hacer otra cosa que ir a favor de ese gran status quo que finge retar. Las buenas maneras son el área central de su discurso, uno que se cubre de música totalmente anticlimática de Guns n’ Roses, otros íconos de la hiprocresía del rock noventero, utilizando la imagen trasher y del heavy metal solo para cantar canciones con letras dignas de Luis Miguel.
Eso sí, la comedia voluntaria e involuntaria resalta bastante. Los remates son siempre adecuados e incluso sabe cuidar la forma en que estos van forman parte de la trama, más allá de los recursos mágicos e inadvertidos con los que suele querer hacer avanzar su trama, como el que Stormbreaker deje de funcionar de un segundo a otro por una supuesta escena de celos.
Y tal vez ese es el gran acierto de esta película: el manejar de forma irónica el cómo Thor y Jane Foster se reencuentran. Pasamos de una película de superhéroes a un sitcom con mucha naturalidad. Esos diálogos exagerados, totalmente carentes de sentido narrativo, pero con un peso cómico fuerte, logran levantar una película que no es consciente bien a bien de su identidad.
Hay momentos donde yo no sé si realmente el villano es un villano, o solamente un pretexto para reunir a los dos ex novios separados por el destino con una carta escrita a mano. Valkiria y Korg como sidekicks que rematan chistes obvios funcionan perfectamente; y los personajes complementarios revelan la falta de seriedad en las situaciones que antes parecían definir el destino del universo.
Zeus es un papanatas venido a menos en su trono brillante, pero le tiene miedo a un supuesto villano menor que está por amenazar su burbuja de dioses. Valkiria es la presidenta de Asgard y hace desde anuncios para Old Spice como llenar formatos burocráticos; y Jane Foster es una heroína novata que no sabe decir remates heroicos pero sí patear culos con su martillo hecho pedacitos.
Incluso el hijo de Heimdall, Astrid, se cambió el nombre por Axl, en honor a Axl Rose, aunque Korg no tiene reparo en decir que su nombre es Asshole y eso está bien, no hay que juzgarlo (posiblemente el mejor chiste de toda la película). Todos y cada uno de los personajes son una caricatura creíble del MCU; del heroísmo maniqueo de una megacorporación encargada de definir el concepto de bien y mal de millones de espectadores que se reúnen cada año a ver su nueva película que es igual que la anterior, pero el sombrero es nuevo.
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Y es que esos recursos cómicos funcionan porque parecen paródicos. Parecen apelar al gran chiste que es Marvel Studios en el cine, a la fórmula grandilocuente con la que formaron un nuevo imperio de la mano de Disney, que no hace otra cosa que repetir cánones en personajes, diálogos y hasta efectos visuales con el único motivo de no incomodar a su espectador promedio, ese que grita en las salas y se disfraza de troll de Internet contra cualquier que esgrima una crítica en contra de aquello que le dio sentido a su identidad.
Sin embargo, mientras más avanzamos, más descubrimos que esto no es una parodia. Es una visión real aderezada de absurdos y comedia pastelera, donde Thor: Love and Thunder muta de parodia a tragicomedia. Los chistes en los que se burla de aquellos dioses absurdos son solo el pretexto para volver a recordar que no existe ni un atisbo de luz en este cine; son verdaderas fórmulas gastadas, con aquello que The Boys, en la televisión, representa; lo que Invincible critica en la animación; y prácticamente lo que casi cualquier escritor de cómics ha buscado confrontar desde principio del Siglo XXI.
Thor: Love and Thunder es la luz del ocaso de Marvel y el MCU; el relámpago que se apaga más rápido de lo que podemos alcanzar a percibirlo.