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Las alegorías de los trenes siempre son curiosas. Lo que se puede hacer a partir de un tren, un medio de transporte tan viejo y tan rígido, es lo que guía la divertida y caótica película de David Leitch (Deadpool 2, Atomic Blonde), que hace que brillen tanto como un actor consagrado como Brad Pitt, como un amateur con pretensiones en el cine como Bad Bunny, todo en un tren que no va a ningún lado.

La idea de Bullet Train es simple y por lo mismo digerible a niveles estratosféricos. Un grupo de mercenarios coinciden en un tren bala que va de Tokio y a Kioto y la fórmula del caos está servida. Asimismo, esta es otra de las ideas centrales del desarrollo (si es que se le puede llamara así) del guion de esta película, escrito por Zack Olkewics y a su vez adaptado del libro homónimo de Kotaro Isaka, aunque realmente el resultado no tiene nada que ver con su original.

Ladybug, el personaje que interpreta Brad Pitt con una maestría que solo da el saberse inmerso en un mundo que no tiene ataduras con la lógica o siquiera con el compromiso del guion, es el protagonista que guía cada una de las subtramas que poco a poco se enredan entre sí, gracias a que él asegura tiene la peor suerte del mundo; no es que esta le haga fallar en su trabajo, pero sí le hace considerar que la mala fortuna es la que hace que su trabajo sea complicado, no el que hecho de que es… un mercenario.

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Brad Pitt es un mercenario en búsqueda de paz espiritual | Fuente: Sony

Este personaje no solamente ha hecho un compromiso para cambiar su suerte, sino para trabajarla a través de la farsa mágica del buenondismo, que ciertamente muchas veces coincide con los caminos comprobados de la terapia psicológica y el trabajo pedagógico para el manejo de las emociones. Las coincidencias, como siempre, son solo producto de la causalidad, no de la suerte o su nueva y renovada visión del caos que lo rodea.

Pero aún así, la forma caótica de dirigir de Leitch así como el guion absurdísimo de Olkewics son suficientes para hacer que todas estas premisas, que en realidad podrían ser el pitch de una sitcom condenada al fracaso, funcionen en la química que van desarrollando todos los personajes. Es ahí y en ese momento donde no solamente podemos entender cuál es la dimensión que tiene Brad Pitt como actor, pero también la maravillosa plasticidad de Aaron Taylor Johnson al armar un personaje complejo en tintes absolutistas; es más, esto es tanto así que hasta Bad Bunny brilla como el cliché que tanto la novela original como esta adaptación hacen del gangster mexicano como una caricatura del narco.

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Joey King interpreta a El Príncipe | Fuente: Sony

La suerte y el eterno destino

Regresemos a la parte de la suerte, que muchas veces comparte cama con el destino, y aprovechemos también para hablar de Lemon, el personaje de Brian Tyree Henry, porque es él quien no para hablar de Thomas El Tren, que por cierto es una de las cosas que sí se mantuvieron fieles de la novela original.

La idea de combinar un tren y la suerte es curiosa. Por un lado, la suerte es una cuestión de coincidencias: caminas por la calle y pisas un charco; te ensucias el pantalón y por tomar cinco segundos para quejarte de tu mala suerte, cruzas la calle seguido del camión que posiblemente te habría atropellado si seguías con tu camino seco e impoluto.

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Del otro lado, un tren es todo lo contrario a la suerte. Es el transporte masivo más importante de la historia, por encima del avión y por encima de los barcos. Este, contrario a los otros dos, tiene la necesidad de moverse por un camino preestablecido. Sus vías son lo que marca hacia dónde te diriges. No hay suerte en llegar a un destino en un tren: es un mero trámite.

Sin embargo, mezclar estos dos preceptos hace que también tengamos un pequeño contraste de lo que es esta película y lo que es su planteamiento. Mientras que la novela alude a los juegos de engaños que pueden realizarse en la comodidad preestablecida de un tren, en la seguridad falsa que otorga ir a 300 km/h encima de una serpiente de acero; la película toma el camino corto y lo convierte en un tira y afloja de absurdos, uno donde la suerte ya no es un elemento clave, sino que lo es todo.

Siempre busca apoyarse en esa idea absurda de que el siguiente paso será una jugada del destino o de la suerte, y así es como logra zafarse del ojo crítico del espectador, que bien podría pararse a pensar cinco segundos que lo que acaba de suceder no tiene ningún tipo de forma de justificarse, pero a pesar de eso, la película logra convencernos de que es así y así es como la diosa fortuna lo decidió y no puede ser de otra forma.

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Bad Bunny debutó en el cine como El Lobo | Fuente: Sony

Si bien se contradice en esa parte esencial, el eje lo encontramos en Lemon, que es el personaje que está obsesionado con hacer de Thomas el Tren todas las experiencias de su vida y sí, no hay nada como un fan para poder entender las minucias de la vida a través de cualquier cosa, en este caso de trenes con caras que seguramente solo fueron la gran cosa en México y el Reino Unido.

En esta misma necesidad de establecer absolutos que poder romper, Lemon le asigna el valor a cada persona según el personaje que le recuerde de la serie. ¿Destino? Difícilmente, pero es posible entenderlo así si creemos que nuestra personalidad está dada por las estrellas, por el día en que nacimos o por qué tren es el que más se nos parece.

Aquí la magia mecanicista de la novela se nos presenta en forma de stickers y, como lo mismo el absurdo se rompe en la realización de que no está tan lejos de la realidad, aquí los trenes sirven para al mismo tiempo revelarnos que los personajes que vemos están ahí para hacer el juego de las apariencias más bien el juego de las máscaras.

Este es un carnaval de mercenarios que necesitan establecerse como algo que no son. Una máscara no es necesariamente una apariencia, sino una simulación. Y al mismo tiempo, una simulación no es otra cosa que un juego pueril en el que fingimos creer de manera ciega, algo que todos los pasajeros hacen hasta el final del viaje: creer que la tecnología es suficiente para no morir a 300 km/h, creer que el que está al lado es el culpable, creer que los villanos son aliados o que la suerte está de tu lado.

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Llamamos suerte a lo que queremos que lo sea | Fuente: Sony

El destino, ese marcan las vías del tren, está al final de cada estación. Ese destino y esa suerte se tuercen de manera irracionales e ilógicas, solo para recordarnos que el caos que nos habita es el que solo podemos tratar de calmar siguiendo una ruta a la que, después, llamaremos suerte.

Un desastre que solo salvan sus actores

Bullet Train es un desastre divertido y entretenido. Esto se logra de manera puntual y muy precisa gracias al estilo dinámico que Leitch tiene para establecer sus proyectos. Obviamente, esto lo pudimos ver en Deadpool 2 y aquí está nuevamente. Es tal vez el equivalente cinematográfico a ver un capítulo de Bob Esponja, en el que no hay tiempo para poder digerir absolutamente nada, solo para poder pensar en qué forma absurda tendrá para dar el siguiente paso y disfrutar ese proceso.

Aunque esto en verdad es más bien una falencia de su estilo narrativo o de la forma de plasmar los guiones en sus cintas, también es una gran hazaña. El entretenimiento, como piezas de arte infantilizadas o menospreciadas, también requiere de elementos que permitan al espectador hacerse parte de lo que ve. Ya no de una manera coherente o siquiera creíble, sino de una manera convincente.

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Tangerine y Lemon aportan la base escueta y frágil de Bullet Train | Fuente: Sony

En pocas palabras, sí Bullet Train es una mala película, pero es una mala película que se sostiene todo el tiempo sabiendo lo mala que es y también todos los implicados. Esto no es algo que sencillamente se pueda conseguir con mucha suerte y metiendo cuanta estupidez pase por la cabeza. Esto también es un trabajo medido y que va desde el poner a Bad Bunny a fingir ser mexicano (por segunda vez en su carrera) hasta el poner la única escena de Ryan Reynolds donde lo vemos sencillamente sonreir.

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Brad Pitt repitiendo cantaletas de caja de cereal sobre superación personal es capaz de convencerme de que me la estoy pasando bien. Joey King es capaz de hacerte creer que hay realmente un plan creíble detrás de todo; y Aaron Taylor Johnson y Brian Tyree Henry de que todo esto que vemos va hacia algún lado aunque no va a ninguna parte.

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